viernes, 16 de octubre de 2015

Camina para encontrarte

Caminar. Todos caminamos; no importan nuestras condiciones físicas, experiencia o situación. No hay nadie que lo evite: necesitas caminar para moverte, desplazarte. Moviéndote pretendes llegar a un objetivo; no lo digo yo. La RAE asegura que caminar es “dirigirse a un lugar o meta, avanzar hacia él”. 
Y es que si nos paramos a pensar; la vida puede ser la sucesión de todos nuestros caminos. De los cortos, y de los largos. Nuestros pasos, pues, definen quiénes somos, y cómo decidimos recorrer ese trayecto, mientras que nuestros zapatos son los complementos que nos acompañan en el camino.


Habrán personas que prefieran andar cómodas, ponerse unas zapatillas de deporte; y salir a descubrir el mundo. Pero también las habrá que prefieran sentirse altas, pisar fuerte, con elegancia. Los habrá quienes prefieran cubrirse todo el pie o las que prefieran dejarlo al descubierto. Sea como sea, la variedad de zapatos es tan amplia como la de tipos de personas en el mundo; y su función no es otra que complementarnos como personas



Al nacer, vamos descalzos; nuestra experiencia es mínima y muy poquitas personas están a nuestro lado. Conforme vamos creciendo, el armario se va llenando de nuevos zapatos que compramos con ilusión, que guardamos y que queremos mantener siempre. El armario en el que creíamos tener todo lo que necesitábamos se nos queda muy pequeño. Empezamos a descubrir nuevas formas de pisar el suelo; nuevas formas de llegar a la gente. Descubrimos que las zapatillas que teníamos se nos quedan pequeñas o se han roto de tanto usarlas. Tenemos que aceptar que "nuestros pies han crecido" y quizá no dependan tanto de los que, hasta entonces, eran sus mejores complementos. Y es que esto tampoco se aleja tanto de nuestra realidad; conforme crecemos, nuestra zona de confort se nos queda pequeña, necesitamos encontrarnos a nosotros mismos, necesitamos nuevas armas que nos complementen día a día. Y cuando el pie deja de crecer; cuando nuestra zona se establece, dejamos de buscar tallas; y nos limitamos a buscar zapatos. Empezamos a intensificar y expandir lo que somos, lo que hemos creado; nuestra aptitud y nuestra actitud. Buscamos nuevos zapatos, combinaciones similares a las que ya tenemos; pero ahora que además de complementarnos, nos completen.







Ese armario guardará mucho sobre tu vida. Guardarán esos zapatos que tanto rozan siempre que te los pones pero que, por alguna razón inexplicable, los mantienes ahí. Al fin y al cabo, podrían desaparecer de la misma manera que aparecieron. Sin embargo, sigues poniéndotelos, cubriendo las heridas con una tirita para intentar frenar el dolor que te crea. Pero ya basta, quítalas, tíralas. O no; déjalas al final del armario, donde casi no se vean. Algún día de limpieza te gustará recordar quién eres en realidad; lo que no quieres mostrar, sin poder evitar; ese adjetivo que siempre piensas cuando te dicen: "di tu peor defecto".



Tú has elegido ese zapatero, lo has colocado a tu gusto. Sin embargo, no somos siempre nosotros quienes decidimos cuándo ponernos qué zapatos. Al igual que en la vida, éstos se deberán adaptar a la situación de nuestro entorno; a las circunstancias, clima o lugar. Y es que hay la mayoría de sucesos que vivimos no están bajo nuestro control; por eso hemos de elegir bien el complemento que nos acompañe. No elegimos nuestras circunstancias; pero sí podemos escoger qué zapatos llevamos para cada situación. Elegimos la mejor combinación, el mejor color y el mejor tipo de calzado; el que mejor nos quede en ese preciso instanteElegimos ser como somos y llevar lo que llevamos. 


Y es que, para caminar, como en la vida, no hay malas ni buenas decisiones; solo nuestras.




Y no importa cuan lejos esté el camino, ni la rapidez con la que queramos llegar; lo que importa es lo fuerte que pisamos. Y nada nos dará más fuerza que lo que tenemos dentro del zapatero; lo que nos hace personales, lo que nos hace nosotros, lo que te hace a ti ser tú

Así que frena. Párate. Reduce la velocidad, disfruta del paisaje y ¡eh! mira abajo, pero sólo para ver qué te llena y te crea; quién eres. Mira la situación en la que estás, y cómo de bien te la puedes plantear. Mira al pasado de reojo, pero no te embobes en las huellas. Al fin y al cabo, nuestros ojos nos invitan a mirar hacia delante. No pensemos en dar el siguiente paso, simplemente hagámoslo; ya sabes lo que dicen, quien se lo piensa mucho antes de dar un paso, se pasa toda la vida en un solo pie. 


Camina. Hazlo lento, pero intenso. Cáete, pero no hagas como que no te ha visto nadie. Te has tropezado, ¿y qué? ¿Qué te ha costado levantarte? ¿A que era una tontería?
El camino está lleno de huecos en los que podemos resbalar fácilmente. Prepárate para levantarte; y una vez arriba pensarás lo tonta que fuiste al tropezar así. Pero ya no importará, eso pertenecerá al pasado; la huella de la caída no quedará grabada, sólo el último paso que dimos antes del tropiezo y el primero tras levantarnos. Y es eso lo que debemos utilizar para seguir caminando.


Adelante; te esperan nuevos tropiezos, pero también nuevos paisajes, nuevas ilusiones y nuevos retos. Y lo mejor de todo es que tienes un armario lleno de zapatos preciosos, que están deseando ser utilizados. Zapatos que te han acompañado siempre, y que te acompañarán a lo largo de tu vida. Zapatos que te encantan y otros que te gustan menos; pero son parte de ti, te hacen a ti como persona; sólo hay que saber cómo usarlos.


Y ahora, coge tu calzado preferido, ya sean dos pares, tres, cuatro o diez. Llévalos a donde quieras. Salta. Ríe. Baila; haz lo que te de la gana. Lo mejor del camino de tu vida es que tú eres la protagonista, tú lo creas, tú lo decoras y tú lo vives. Camina por ti, camina en zig zag o camina recto, pero camina; porque no sabes lo que te espera ahí delante, y nunca lo sabrás si no te arriesgas a dar el primer paso.



Con zapatos cómodos para pisar fuerte y el zapatero aún por terminar,

T. 

lunes, 5 de octubre de 2015

Recuerdo de una memoria


Según la Real Academia Española, la fotografía es “el procedimiento y arte que permite fijar y reproducir, a través de reacciones químicas y en superficies preparadas para ello, las imágenes que se recogen en el fondo de una cámara oscura.” Pero el significado real de la palabra va más allá de cualquier definición oficial. La fotografía recoge instantes, milésimas de segundo que quedan grabadas en el recuerdo. 




Una foto no es un simple trozo de papel; es un túnel hacia el pasado, una vía de escape para volver atrás cuando el presente no es todo lo bueno que nos gustaría que fuese o, simplemente, es diferente al tiempo anterior. La fotografía te transporta sin necesidad de moverte, te genera esa endorfina que necesitas y consigue que tu mirada brille tanto como el momento en el que se tomó. Una foto recoge todo lo que hay a su alrededor. Quizá parezca simple u obvio; pero es así; se recoge la realidad. Cada vez vivimos más atareados, tenemos más cosas que hacer y no nos paramos a pensar en “el alrededor”. Nos hacemos una foto y miramos cómo de mal o bien hemos salido para eliminarla o dejarla en la cámara; pero no miramos lo que se esconde dentro de la fotografía. 
No miramos las arrugillas de felicidad que expresan los ojos por tener cerca a alguien querido, no nos fijamos en la posición del brazo, abrazando a quién no queremos que se vaya de nuestro lado; ni en la mano tocando la temblorosa pierna, símbolo de amor, ternura, cuidado y cariño; ni en los brazos agarrando a un bebé, ni la fuerza que éstos expresan ni el amor y dulzura de las cara que lo sostienen; ni el brillo de la mirada en plena noche que hace iluminar toda la fotografía en sí. No nos fijamos en los pequeños detalles que expresan el sentimiento hacia la persona que está a nuestro lado. 





Y es aquí cuando a la fotografía se le llama arte. El arte de ver más allá de lo que ven nuestros ojos; de la expresión de los sentimientos y de la humanidad.






No importa si el momento que se ha captado es más bonito o más feo, si es una fotografía de un modelo de estudio o si por el contrario es un “multi-selfie” en medio de una noche legendaria. La fotografía nos despierta algo que teníamos dormido en la mente. Nos hace sentirnos bien. Nos hace recordar cosas que la memoria fue incapaz de retener, pero que se avivan dentro del pensamiento. 





Por desgracia, la memoria no es eterna e impide recordar muchos momentos esenciales; así que sería lógico utilizar la ventaja de la cámara para minimizar el defecto de la mente. Y si crees que no es así; intenta recordar un momento de la infancia. Lo primero que se recuerda son instantes que “casualmente” están fotografiados y que más tarde somos capaces de rememorar. 


Pues bien; desde aquí digo gracias a quien presionó el botón de la cámara, gracias al que hizo la imagen mía de espaldas abrazando a mi hermano, gracias a quien hizo click en el segundo perfecto al que miraba a mi madre sonriendo o al que abrazaba a mi padre tras no verle en meses. Gracias a quién tenía en sus manos una cámara o un móvil para capturar escenas. Escenas que gracias a esas personas seremos capaces de recordar por muchos años más. 

Tomemos fotos, y hagámoslo del modo que más nos guste; no eliminemos ninguna, porque quizá ese momento borrado no vuelve jamás, y ¡qué sabemos lo indispensable que puede ser para cualquier otra persona! Al fin y al cabo, las fotografías no pertenecen a quien aparece en la imagen, sino a la persona que ha generado ese sentimiento al verla. 


Cada fotografía esconde algo de nosotros mismos a lo que sólo nosotros tenemos acceso. Esa fotografía de estudio puede ser el principio del fotógrafo que la hizo y el final de la carrera de quien posó para él, y el “multi-selfie” puede ser tan perfecto para una persona que aparezca en él como desagradable para otra que también lo haga. Te das cuenta de que tu foto preferida puede ser insignificante para la persona que está a tu lado; y que quizás esa foto vieja y arrugada en blanco y negro esconda el recuerdo más valioso del mundo. Es entonces cuando el arte cobra sentido y comienza a ser único; personal y, por tanto, especial. 



Tomemos, pues, esta especialidad como una ventaja para avivar nuestra esencia. Paremos por un momento, pongámonos a pensar en nosotros, extendamos una tira de fotografías en nuestra cama y recordemos; recordemos felicidad; recordemos momentos y hagámoslos memorias.





Con memoria de pez, y carrete cargado;
T.